miércoles, 12 de noviembre de 2014

Pretendiendo ser otra cosa

por Cornelio Rivera


Pocos son los que nunca han pretendido engañar a otros. Una sonrisa, un abrazo, un apretón de manos, un “sí”, una explicación, nos pueden hacer muy buenas personas ante los demás. Pero, ese tono de voz tan condescendiente y esa actitud tan abierta y disponible, pueden ser tan solo una apariencia. En el interior de la mente se puede estar hilando algo totalmente diferente, pensando en el beneficio por lograr, si seguimos sonriendo, si seguimos fingiendo. Ya el plan está hecho, ya hemos decidido lo que hemos de hacer.

Lo que dices o aparentas es solo para quitarte a aquella persona de encima, para hacerle creer que sí, que estás de acuerdo, que obedecerás, que eres sumiso a sus órdenes y deseos. ¡Cuántas veces aparentamos en el exterior, lo que en realidad no sentimos en el interior! En muchos casos logramos engañar a las personas con quienes tratamos, caen en la cubierta de mentira que hemos fabricado. Al fin y al cabo eso es lo que nos interesa, que crean que somos de una manera, aunque en verdad somos totalmente lo opuesto.

Es posible acostumbrarnos tanto a actuar de esta manera con los demás, que también creemos poder hacerlo con Dios. Pero el rey David, quien tuvo que atravesar por una dura experiencia para darse cuenta que no podía engañar a Dios, escribió: "Oh Señor, tú me has examinado y conocido,... has conocido mi sentarme y mi levantarme, has entendido desde lejos mis pensamientos... todos mis caminos te son conocidos. Aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí... tú la sabes" (Sal. 139:1-4). Ante esta ineludible realidad, el apóstol Pablo nos revela otra verdad, diciendo: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gal .6:7).

Quien pretende ser algo delante de Dios sin serlo, se engaña a sí mismo y el producto de querer aparentar, será como la intención de su corazón. Dice Jesús: “yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras” (Ap. 2:23). ¿Qué es lo que Dios ve en tu corazón?

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"La pretensión" (RPH 3696) por Cornelio Rivera en Reflexión Para Hoy
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martes, 16 de septiembre de 2014

Necesidad de purificación

por Cornelio Rivera


La casa donde mi familia y yo vivimos está provista de agua de pozo. El problema es que esa agua, en su estado natural, no puede usarse. Si se usa para lavar la ropa, la mancha, también con el tiempo va dejando un residuo amarillento en las ollas de la cocina y en los lavamanos. Si hace esto al metal, a la ropa y a la porcelana, seguramente causará cierto daño a las personas si la toman por un período de tiempo.

Es la presencia de una cantidad excesiva de minerales lo que impide que el agua pueda usarse provechosamente tal como es. Lo que hacen esos minerales, nos deja saber que si el agua va a poder usarse necesita pasar por un proceso de filtración, que prácticamente la transforma en agua nueva, agua diferente, agua que sí es adecuada y provechosa. Hay cosas que en su estado natural no pueden usarse porque hacen daño, pues para que hagan bien, tienen que atravesar por un proceso especial.

El hombre en su estado natural exhibe ciertas características que en lugar de hacer bien, contaminan y hacen mucho mal a otros. Fue Jesucristo quien dijo que: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (Mc. 7:21-22). Si tan solo uno de estos estos contaminantes está presente en mí o en ti, tenemos la capacidad para causar extenso daño a aquellos con quienes nos relacionamos.

Como el agua de mi pozo, el hombre necesita purificación. ¿Has escuchado de uno, que como un cordero sin mancha y contaminación, nos puede sacar de nuestra vana manera de vivir, purificando nuestras almas? (1 P. 1:18-19, 22). Te hablo de aquel que dijo: “el que bebiere del agua que yo le daré…, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Jn. 4:14), y “el que cree en mí..., de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn. 7:38). Te hablo de Jesucristo, si le dejas, Él es quien puede purificar tu interior.

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"Necesidad de purificación" (RPH 3694) por Cornelio Rivera en Reflexión Para Hoy
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miércoles, 23 de julio de 2014

¡Tanto esfuerzo para nada!

por Cornelio Rivera


¡Todo lo que hice fue para nada! ¡Cuán frustrante es invertir esfuerzo, tiempo y hasta dinero en algún proyecto, sin lograr lo deseado! Quise sembrar césped en el patio de mi casa, para ello removí la tierra, saqué la mala hierba, sembré semilla que supuestamente era de la mejor, esparcí una camionada de buena tierra sobre el suelo y comencé a cuidar de aquello, regando, espantando a los pájaros que querían comerse la semilla y poniendo fertilizante. La semilla brotó y el césped comenzó a enverdecer la tierra. Pero algo sucedió, el césped que había comenzado tan bien, desarrolló alguna enfermedad porque su crecimiento fue muy lento y mientras más lo regaba, la mala hierba, que parecía interminable, crecía en abundancia. Mi tiempo, esfuerzo y la inversión en materiales resultó en vano. Fue como si nada hubiera hecho, es decir, el patio no había cambiado.

Lo mismo puede suceder en lo espiritual, Jesús dijo que enseñar la palabra de Dios es como sembrarla en los corazones. Pero aunque muchas veces la semilla de la Palabra es relativamente bien recibida, pueden presentarse circunstancias que impiden que crezca. Multitudes escucharon las enseñanzas de Jesús, pero pocos demostraron crecimiento espiritual.

Los apóstoles sembraron, trabajaron, se esforzaron y sufrieron, pero el crecimiento de los que escucharon siempre fue difícil. A los que en Galacia inicialmente respondieron, el apóstol Pablo les escribió: “Me temo que haya trabajado en vano con vosotros” (Gal. 4:11). A los de Filipos les instó a asirse de la Palabra para que su trabajo con ellos no fuese en vano (Fil. 2:16) y a los de Tesalónica les expresó temor de que el tentador les hubiese tentado y que su trabajo resultase en vano (1 Ts. 3:5).

Amigo, por algún tiempo te he hablado a través de estas reflexiones para que consideres tu necesidad de Cristo y respondas. Francamente, no me gustaría trabajar en vano, no quisiera que esta labor fuese como la que intenté hacer con el césped, pero que resultó sin el final deseado. Pero eso, en gran parte depende de ti y de tu respuesta.

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"Esfuerzo en vano" (RPH 3689) por Cornelio Rivera en Reflexión Para Hoy
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sábado, 5 de julio de 2014

¡Lo prometido es deuda!

por Cornelio Rivera


¡Lo prometido es deuda! ¡Un contrato es un contrato! Pones tu firma en un papel y de esa forma te comprometes. Si especificas que harás pagos mensuales por algo que compraste, es tu honor, tu nombre, tu persona lo que está en juego. Tú recibes tu compra y no hay nada aparte de tu cumplimiento que pueda poner fin al compromiso.

Si compras una casa a crédito, firmas un contrato prometiendo hacer los pagos a tiempo todos los meses, luego la compañía la construye y te la entrega. Si después decides mudarte, alquilar la casa, venderla a otra persona o sencillamente abandonarla, nada de lo citado te exime de tu promesa de pago. Tú continúas siendo responsable del contrato, si no cumples, es tu reputación la que se daña, te das a conocer como mal pagador y tu palabra sufre desprestigio. Son muchos los que sin importarles lo prometido, no cumplen y tratan de zafarse del compromiso.

Dios hizo un contrato con Abraham. Y dice la Escritura, “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Núm 23:19). Dios le prometió a Abraham un hijo, el compromiso de Abraham era creer y así ocurrió, la promesa fue cumplida porque Abraham engendró a Isaac. Consecuentemente, la descendencia creció y formó la nación de Israel. Pero Dios extendió la promesa diciéndole: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Gén 22:18).

Según la promesa divina, toda nación, incluyendo tu país, tu gente, tu familia y tú mismo, recibirían bendición a través de la descendencia de Abraham. “¿Cómo es esto?”, preguntas tú; “¿Cómo puede Israel, simiente de Abraham bendecirme?”. Explica la Biblia que en Jesucristo, un descendiente de Abraham, la bendición prometida alcanza a las naciones, a fin de que por la fe reciban la promesa. Abraham, por fe creyó la promesa y fue bendecido, así también cualquier persona en la actualidad, de cualquier nación, al creer por fe en el Hijo de Dios, recibe la promesa y la bendición. Dios no ha fallado, sino que sin fe, no hay promesa ni bendición. ¿Tienes tu fe en Jesucristo?

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"Fe, promesa y bendición" (RPH 3686) por Cornelio Rivera en Reflexión Para Hoy
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